El Poder de las Constituciones

De Eduardo Anguita

Mirada Al Sur

Las Constituciones, de eso se tratan las verdaderas revoluciones. O, en todo caso, para no minimizar los cambios sociales que gestan esos textos, las Constituciones son las garantías de que un nuevo orden de cosas pueda arribar o consolidarse.

América Latina vive épocas de cambio. En los ’80 era el continente con peor distribución de la riqueza y en el cual las empresas transnacionales extractivas lograban normativas muy favorables para consolidar sus intereses y llevar sus ganancias sin límites al extranjero. En los ’90, esa tendencia se profundizó porque las privatizaciones de los servicios públicos esenciales permitieron a los capitales financieros tener más control en la región. Cambios democráticos, a través de las urnas, permitieron la llegada de líderes políticos sin compromisos con las grandes potencias y que son expresión genuina de las grandes mayorías postergadas y explotadas por los modelos neoliberales.

Bolivia acaba de dar una lección al ratificar la nueva constitución que algunos llaman socialista pero que en realidad consolida el protagonismo de “los 36 pueblos originarios de Bolivia”. La nueva norma limita el latifundio y aprueba distintas formas de propiedad social y comunitaria. La prensa del establishment neoliberal enfatiza que esta norma puede ser “separatista” ya que sólo la votaron seis de cada diez bolivianos (desconociendo olímpicamente que sólo era necesario la mitad más uno de los votos) y que hay una región, “la medialuna”, que le es adversa a la carta magna (ignorando que en los Estados ricos, con centro en Santa Cruz, domina el poder de las transnacionales y sus empresas asociadas).

Pero los analistas y pensadores de las derechas latinoamericanas no sólo están preocupados por el caso boliviano. En Ecuador, en Venezuela y –en menor medida– en Brasil, las constituciones reconocen la propiedad social y sus líderes así como los partidos o coaliciones gobernantes, son impulsores de un nuevo orden económico social donde los derechos económico-sociales de los más desprotegidos tengan rango constitucional.

Argentina, hace 60 años. Hace pocos meses, el mundo celebraba el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Las imágenes de las matanzas de la segunda guerra y del genocidio judío inundaron las páginas de los periódicos, como si el estatuto promovido por las Naciones Unidas hubiera sido sólo una reafirmación del derecho a la vida. Sin embargo, esa declaración institucionalizó la segunda categoría de derechos humanos –los económicos, sociales y culturales– como un orden superador de los ya reconocidos a partir de la Revolución Francesa –es decir, los civiles y políticos–. Europa estaba, por entonces, sacudida por los reclamos obreros y por la fuerza de los partidos socialistas y comunistas que impulsaban estados activos en la reconstrucción europea. Por otra parte, en Asia y África, los movimientos de liberación nacional se alzaban contra la continuidad del saqueo colonial de ingleses, franceses y belgas, fundamentalmente.

Fue en ese contexto que la Argentina, que había consagrado los derechos económicos y sociales de los trabajadores, que había logrado una modificación drástica en el reparto de las riquezas y que había dotado al Estado de mecanismos de regulación de la renta agraria, convocó a una Convención Nacional Constituyente. Es decir, luego de asentarse una nueva alianza social en el poder –o al menos en resortes clave del poder político– se abrió un debate institucional en el cual las fuerzas sociales que se expresaban en el Justicialismo y sus partidos aliados querían consagrar nuevos derechos, en especial aquellas que garantizaran la función social de la propiedad y de la economía social de mercado.

John William Cooke, convencional constituyente, lo expresó de una manera clara en los fundamentos del cambio: “Ante el creciente poder de las grandes organizaciones capitalistas, de proyecciones mundiales, fue un mito la libertad, no ya económica, sino política. Este estado de cosas hizo entonces necesaria la intervención del Estado en la vida económica de las naciones, tanto para impedir la explotación de los débiles como para facilitar el desarrollo orgánico y equilibrado de las fuerzas económicas”.

El peronismo dobló en votos al radicalismo y si bien el partido de Yrigoyen había reconocido diez años atrás la necesidad de una nueva Constitución, le hizo el vacío a la convención. Las sesiones comenzaron el 24 de enero y terminaron con la jura del nuevo texto constitucional, el 16 de marzo.
Si bien Arturo Sampay es considerado el gran autor de lo que votó por abrumadora mayoría la convención, hubo otros aportantes clave. El mismo Perón siguió de cerca cada artículo. Domingo Mercante, también militar e hijo de un dirigente ferroviario socialista, que había sido secretario de Trabajo, fue el nexo principal con la CGT, que tenía al dirigente del gremio de la alimentación José Espejo como secretario general. Un conglomerado de pensadores cristianos –tomistas–, historiadores revisionistas, militares industrialistas y radicales de origen forjista dieron su aporte al nuevo orden planteado por esa Constitución.

El radicalismo hizo el vacío y tuvo a un pensador renovador como Moisés Lebensohn como vocero de su postura contra el cambio, centrando su postura en la oposición cerrada a la reelección presidencial incluida en la nueva Constitución. El cuco de Perón le permitía al partido de Yrigoyen conjurar las inmensas diferencias internas. Lebensohn era defensor a ultranza de los cambios económicos que permitieron la sustitución de importaciones, y el desarrollo industrial autónomo era favorable a la intervención del Estado en la economía; sin embargo, su pertenencia partidaria lo dejó junto a la mayoría radical que hacía de vocera y representante de los terratenientes y consignatarios de hacienda, argentinos asociados a los frigoríficos extranjeros, que constituían el motor del modelo agroexportador agotado tras el fin de la Primera Guerra Mundial.

Así, los radicales, tras concurrir a la primera sesión, decidieron hacer el vacío al debate y así tratar de deslegitimar su resultado, que era nada menos que la nueva Constitución que regiría en la Argentina.

Los contenidos y el final. Para darle dimensión a los intereses que había tras las posiciones partidarias, basta repasar algunos párrafos del artículo 40, que produjo pánico en los sectores más concentrados: “El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución”.

Y más adelante dice, algo que no era apto para los corazones del poder económico: “Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias”.

Sin los radicales, que cuestionaban la legalidad de esta Constitución, los convencionales cantaron el himno nacional y la consagraron un 16 de marzo de 1949. El radicalismo planteó que no se cumplía con las dos terceras partes de los votos, ya que éstos se tenían que calcular sobre el total de los miembros del Congreso. Los peronistas decían que, como en el resto de las votaciones, se tomaba sobre los presentes.

Desde entonces y hasta ahora, la mayoría de los constitucionalistas parecen haber quedado encandilados por esta cuestión de números. Casi una excusa canalla para no volver al fondo. Porque, ¿con qué derecho se cuestiona la legalidad de la Constitución de 1949? Basta repasar quiénes y cómo la sepultaron para, sesenta años después, ver que enterraron a un vivo y no a un muerto. Fue el dictador Pedro Eugenio Aramburu, en abril de 1956, quien la derogó a través del decreto 229: dos meses después fusilaba, en nombre del Estado, a quienes se levantaban bajo el liderazgo del patriota Juan José Valle. Los radicales, que apoyaban esa dictadura, se olvidaron del debate apoyado en leyes y se inclinaron por apoyar el orden de las bayonetas. Al año siguiente, esa dictadura llamó a elecciones para, supuestamente, tratar un nuevo orden constitucional. Claro, tuvieron la precaución de no dejar participar al peronismo, proscripto, que castigó en las urnas esa burla con masivos votos en blanco, que constituyeron la primera minoría.

Pero hubo una Convención Constituyente lo mismo, donde los radicales ya no podían escuchar al estatista Lebensohn, muerto cuatro años atrás, cuya voz quizá hubiera aportado claridad frente a esa farsa. Apenas, dieron la cara para cumplir con la faena reclamada por los grandes consorcios que habían puesto al país al servicio de la propiedad privada concentrada. Se limitaron a derogar ese hecho maldito y peligroso, llamado la Constitución de 1949, que hoy respira en otras Constituciones latinoamericanas y que confía en volver a sembrar derechos en las tierras argentinas.

PALABRAS DESDE TARTAGAL

Noemí Cruz, Coordinadora de la Campaña de Bosques de Greenpeace en el Noroeste Argentino, comparte su testimonio de lo que vio y sintió en su visita a Tartagal, después del alud.
Mi primera impresión en la cima de una palizada fue de desazón. Desde allí se ve al río herido por tanta maquinaria que orada en su base, los árboles arrastrados que ya son residuo muerto. La gente, que quedó con lo puesto, palea el barro de las casas, el sol levanta un vapor pestilente. Hay mosquitos hambrientos, animales muertos aún tirados y gente desaparecida. Allí anduve en los pozos dejados por el alud. Poco después me indicaron retirarme de la zona por el riesgo de explosivos provenientes de las empresas petroleras que fueron arrastrados por el alud. Ya habían desactivado algunos encontrados y decían que hasta un celular podría detonarlos. Además, con mis pies descalzos, como los del resto, estaban expuestos a las víboras. Nuestro objetivo era mostrar cómo la deforestación de las cabeceras ha agravado el aporte de material del alud. La tala ilegal y los “descabezamientos” de cerros hechos por las petroleras, son grandes responsables del desequilibrio del río. La falta de controles ambientales, la planificación urbana inadecuada y el ordenamiento de bosques deficiente que postula la provincia, posibilita que un evento como este se repita cada tanto. Tartagal… A los catorce años, yo conocí a los Chané y sus hermosas máscaras, cerca de la ruta 86, los admiré andando a pie en las sendas de brasa, y los vi cuando sobre una cuesta, ellos se fueron al atardecer, llevando grandes hojas de tártago a modo de sombrillas sombreando sus rostros redondos. Esta vez ya no los vi. Ese lugar es una extensión alfombrada de soja, y desde allá se puede ver el silencioso horizonte. La cuesta es un barranco que avanza cada año llevándose la escasa tierra empobrecida que les queda a los wichi de Misión San Benito. A los pocos y raquíticos tártagos de la orilla, y a quienes pasen por ahí, los fumigan para que no molesten la soja. El agua contaminada que escurre por falta de raíces que la dirija, llevada por canales, va a parar a la comunidad San Benito, que está justo al lado del desmonte, que antes era pródigo monte que les daba alimento. Para llegar a sus casitas de plástico, que antes eran de paja que ya no crece, debimos cruzar un portón con candado, del cual el cacique tiene llave. Un tal Estrela cerró el campo de soja con los wichi dentro.

Una vez allá, a sólo 7 Km. de la ciudad de Tartagal, tratamos de documentar pruebas sobre la afectación de los desmontes para la audiencia de la Corte Suprema de Justicia, que se hizo en Buenos Aires. Allá llegué, en representación de Greenpeace, acompañando a Reynaldo, cacique de Misión San Benito. Monitoreamos y documentamos el avance de la erosión y la remoción del suelo por falta de cobertura vegetal en la cuenca del río Tartagal. Casi 5.000 ha de soja cubren esta zona, son desmontes sin cortinas, hechos por Juan Estrela y al lado los de Juan Kutulas. Mientras andamos por el campo, un avión pasa fumigando encima nuestro, más tarde se nos fumiga también por vía terrestre. A ellos no les importa que los wichi vivan allí al lado, lo que si importa es que la soja crezca sana. Me siento impotente de solo ser yo. Sin embargo, siento que ellos saben que a nosotros nos importa su penuria. Estamos a su lado para intentar cambiarla. Pienso entonces en “nosotros”. Tal es el calor que hasta el mismo sol resopla, me da en la cara para despertarme y sé claramente que no soy solo yo. Entonces… vuestros alientos están allí, y mis pies son más firmes en el barranco.

Noemí

Los medios de comunicación y la politica

Este documental es un ejemplo del gran poder de los medios de comunicación para tener en mente cuando se escucha y se lee lo que dicen los medios
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La película irlandesa The Revolution will not be televised (La Revolución no será transmitida), dirigida por Kim Bartley y Donnacha ... todos » O´Brien, trata sobre la insurrección que derrotó al golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez.

El film sigue paso a paso las inicidencias claves del golpe del 11 de abril de 2002, en Caracas, y la volatilidad de la dictadura más corta en la historia latinoamericana, con apenas 47 horas de duración.

Es un documental que revela los momentos más dramáticos del proceso revolucionario bolivariano y la fuerte influencia de los medios masivos de comunicación
La pelicula se puede ver en:

http://cinerebelde.blogspot.com/2008/04/la-revolucin-no-ser-transmitida.html

La valla a la topadora se llama wichí



Por Darío Aranda

Desde Tartagal, Salta

La ruta nacional 86 es un ancho camino de tierra en el norte de Salta. Comienza en Tartagal y –170 kilómetros después– finaliza en la frontera con Paraguay. Monte nativo, árboles añejos y pobladores originarios sobreviven a ambos lados de la ruta. Es la zona más preciada por los grupos sojeros y madereros, que pugnan por ingresar, deforestar y obtener ganancias. La defensa del monte nativo no la realiza ningún gobierno, sino las comunidades wichí que resisten a base de acción directa: piquetes, cortar alambres, frenar topadoras y enfrentar gendarmes. En diciembre pasado tuvieron un aliado circunstancial: la Corte Suprema de Justicia ordenó el cese de los desmontes autorizados en el último trimestre de 2007 y fijó fecha para una audiencia de las partes. Mañana será ese momento, cuando escuchará a las comunidades y también a la provincia y el gobierno nacional, que deberán explicar por qué se continúa arrasando territorio indígena. Los referentes indígenas muestran expectativa y escepticismo, en partes iguales. Y reina una certeza: “La cuestión de fondo es la tierra, no el desmonte”.

La lucha por la tierra

Las brasas hierven el agua y el mate no comienza. Una ronda de personas, miradas perdidas y silencios incómodos confirman que los wichí son de los originarios más retraídos. Largos minutos de explicar el fin de la entrevista, pero cuesta lograr confianza. “Los periodistas trabajan para el Gobierno y los sojeros y madereros. Los endulzan (dan dinero) y ya opinan a favor del poderoso”, dispara Antonio Cabana, referente de las luchas en la región, wichí que no ha podido ser dominado por políticos, iglesias –muy fuertes en la región– ni ONG (acusadas de manejar asistencia como si fueran pequeños estados).

Aclarado y justificado el recelo, Cabana admite la importancia de que la Justicia frene las topadoras, pero corre por izquierda a todos los preocupados sólo por la deforestación. “Ya hay leyes que dicen parar topadoras y reconocer nuestra tierra. Pero el mismo blanco que las escribe, un poco después las borra. Así el desmonte no para y nosotros seguimos sin tierra. Eso, anote eso, la tierra es lo importante, después viene el desmonte. Si no tengo tierra, no puedo frenar la topadora. Es fácil de entender ¿no?”

A la vera de la ruta 86, y sobre la cuenca del río Itiyuro, viven ancestralmente quince comunidades, unas 2500 personas que habitan y obtienen sus alimentos de las 150 mil hectáreas linderas. Desde hace décadas reclaman títulos de propiedad, pero son desoídas sistemáticamente. Siguen practicando la caza, recolección y siembra estacional, su forma de vida ancestral.

Rafael Montaña trabaja hace diez años junto a las comunidades de la zona y es representante del Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (Iwgia) en Salta. “Se repite la historia de todo el norte del país. Los sojeros avanzan sobre tierras de paisanos (indígenas). Hay actores muy fuertes: sojeros, madereros, políticos y jueces. Ni con el reciente fallo de la Corte se frenaron un poco, siguieron desmontando como si nada. Ya ingresaron a algunas zonas, pero que no hayan entrado a toda la región tiene una sola explicación: los paisanos ponen el cuerpo y no se la hacen fácil.”

La exigencia de las comunidades más duras (Kilómetro 6 y Tonono) es clara: la titularidad de las 20 mil hectáreas en las que viven. “Y no vamos a dejar que nos corran. En nuestro derecho. Estamos jugados”, advierte Lorenzo.

John Palmer, antropólogo inglés con treinta años en Tartagal, es el apoderado de la comunidad Hoktek T’oi, en el kilómetro 18 de la ruta 86. No comparte los métodos de Cabana y Lorenzo, pero sí los males que sufren. “El área de la ruta 86 es codiciada por los productores sojeros. Si no se frena su avanzada, son hectáreas condenadas al monocultivo”, lamenta.

En Hipólito Yrigoyen, departamento de Orán, la comunidad guaraní Estación El Tabacal mantiene un conflicto desde hace seis años con el ingenio azucarero San Martín El Tabacal. Mara Puntano es una histórica abogada de derechos humanos, organizaciones de desocupados y pueblos indígenas. “En Salta seguimos como en época de la Colonia. Empresas de maderas, soja o petroleras entran a territorios indígenas y hacen lo que quieren. Son un gobierno paralelo. Y siempre con venia política.”

Las comunidades son conscientes de que, de abandonar su tierra, el único camino será su traslado a las márgenes de las grandes ciudades, lo que significa un choque para su forma de vida. “Hay mujeres del monte que nunca en su vida vinieron al pueblo. Imagine lo que les espera si las echan de su tierra. Queremos lo nuestro, no vamos a ir a mendigar al pueblo”, explicó Oscar Lorenzo, también cacique y wichí de la ruta 86, sobre el kilómetro 6. Y por eso se explican las acciones directas, noches cortando kilómetros de alambres y postes sojeros, y días enteros frenando topadoras (hasta que éstas se retiran de las tierras ancestrales).

Una causa compleja

La Corte Suprema de Justicia ordenó en diciembre último, por pedido de siete comunidades indígenas y una organización de pequeños productores, el cese de desmontes en los departamentos salteños de San Martín, Orán, Rivadavia y Santa Victoria. Todas las comunidades indígenas reconocen la importancia de la intervención de la Corte Suprema, pero también explicitan sus matices.

“Será importante que la Justicia frene para siempre a los empresarios, pero más importante es que nos deje hablar por nosotros mismos, sin políticos ni iglesias ni ONG ni universidades en el medio. Ellos siempre nos usan”, acusa Cabana, y deja al descubierto el rol paternalista del que son acusadas las instituciones tradicionales del lugar. Quieren estar presentes, pero el costo del viaje le hace imposible concurrir.

Mara Puntano explica que la Corte solicitó que se unificara la demanda en una sola personería jurídica (de las ocho que presentaron), lo cual implicaría que las más fuertes (según Puntano, las más “paternalistas”) harán prevalecer sus voces. “Hay un grave riesgo de dejar fuera de la audiencia a las comunidades de base. Los que pelean en el día a día serán desoídos”, advirtió Puntano, que reconoce el papel del Supremo Tribunal, pero también sus limitantes: “El mundo indígena es muy complejo. Nadie puede entender su envergadura sin visitar las zonas y escuchar la gran multiplicidad de voces”.

Palmer agrega otra cuestión conflictiva: la tala de árboles. Los wichí son un pueblo hachero desde que fueron introducidos, por la fuerza, al mercado laboral. Manejan el hacha con gran habilidad, desde temprana edad son empleados (siempre a muy bajo precio) por las madereras de la zona. En algunos casos también usan la madera como un recurso económico (aunque en mucho menor medida que las grandes empresas). “Todas las comunidades rechazan el desmonte (cuando pasan las topadoras y dejan tierra arrasada), pero no así la tala, que en muchos casos es una fuente de ingresos. Si la Corte quiere prohibir la tala, los wichí no acompañarán de forma unánime”, advirtió el antropólogo.

Según el Convenio 169 de la OIT (legislación internacional indígena) y la Constitución, los pueblos indígenas deben ser partícipes en las decisiones que implican sus recursos naturales. Traducido: ni siquiera la Corte Suprema puede decidir de forma unilateral sobre sus bosques.

Luego de dos horas de entrevista, el cacique Cabana ya entró en confianza, convida mate y la charla se ha vuelto amable, pero no cede ni un centímetro: “La ruta 86 es territorio indígena. Si viene la topadora, aunque se los permita la Corte Suprema, no la dejaremos pasar. Sabemos que el alambre es sufrimiento. Le pondremos nuestro lomo, seguiremos peleando. Y correrá sangre”.

Página/12

Autobiografía de Viktor Kosakovsky

(tomada de blog kinoki de Ardito documental)


“Yo nací en San Petersburgo (Leningrado) el 19 de julio de 1961. Recuerdo que en mi infancia tuve dos pasiones: el cine y la fotografía. A veces, los días que no tenía escuela, iba al cine y compraba una entrada para la primera sesión. Diez minutos antes de que acabase la película, salía de la sala para ir al baño y esperaba allí a que comenzara la siguiente sesión. Mezclado entre los nuevos espectadores, entraba de nuevo en la sala y volvía a ver la misma película. Diez minutos antes del final, volvía a abandonar la sala. Esta operación se repetía numerosas veces, una tras otra. Y era sólo al final del día, con la última proyección, cuando me enteraba de cómo terminaba la película.

Un verano estuve trabajando tres meses como tornero en un taller mecánico para poder comprarme un teleobjetivo. Cuando lo conseguí, me dediqué a sacar fotos en el bosque con mi nuevo equipo sin tener consciencia del tiempo, a la búsqueda de un pájaro, una flor o un alce. Durante horas, conteniendo la respiración, esperaba que apareciera una imagen extraordinaria. A veces aquella espera terminaba en el hospital con una neumonía, pero el éxtasis tenía ese precio.

En aquel tiempo, mis sueños de lo que quería llegar a ser se dividían entre las profesiones de director de fotografía en el cine y la de guarda forestal. En 1978, cuando terminé mis estudios secundarios, a la edad de 17 años, entré en el instituto de formación de técnicos de cine en Leningrado con la esperanza de convertirme en director de fotografía. Pero al cabo de dos meses ya había comprendido que aquélla era una escuela de preparación técnica y no un lugar de creación artística, así que cambié el instituto por los estudios de cine Lenfilm. Les mostré mis fotografías y les dije con arrogancia que quería trabajar como director de fotografía. Empecé como peón, luego me permitieron llevar el trípode y cabo de algunos meses, durante el rodaje de una película de ficción, ya empujaba el carro del trávelling y, sobre él, la cámara y a …Vladimir Diakonov , uno de los mejores directores de fotografía de Leningrado y de toda la Unión Soviética. Pronto me confiaron cargar la película en la cámara, ajustar el foco y medir la exposición. Cuando se terminó el rodaje, Vladimir Diakonov me propuso ir con él al Estudio de Cine Documental de Leningrado. Me dijo que sería muy interesante para mi formación, porque los equipos de documental eran más reducidos y podría asimilar más rápido las técnicas del cine y convertirme pronto en director de fotografía.

El estudio de cine documental de Leningrado

En septiembre de 1979 comencé a trabajar en el Estudio de Cine Documental de Leningrado como ayudante de cámara y, después, como ayudante de dirección. Tuve la suerte de trabajar con maestros como Pável Kogan, Ludmila Stanukinas, Nikolaj Obukhovich y Viktor Semenjuk. Siguiendo los consejos de Sokurov, que en estos años comenzaba a trabajar en el estudio, me convertí en montador. Me gustaría citar un último nombre: Serguei Skvortsov. Él se tenía por operador, pero habría que llamarle “escritor de cine” en el sentido más amplio. Era un teórico eminente del documental.

En la URSS había entonces treinta estudios de cine documental propiedad del Estado.

La mayor parte del cine que se realizaba en Moscú era un cine oficial, el documental como variante del periodismo. Mientras que en Leningrado o, por ejemplo, en Riga (donde trabajaban Herz Frank, Yuris Podnieks, Ivars Seleckis…) se producía un cine no institucional, frecuentemente muy creativo: el cine documental como arte. Por supuesto, todo esto admite matices.

El estudio tenía pequeños “satélites” de producción en algunas regiones de Rusia. Era así como se rodaban las crónicas filmadas. Todos los materiales brutos se enviaban al estudio de Leningrado y se revelaban allí. Cuando tenía un rato libre, me sentaba en la sala de proyección del laboratorio y miraba junto al control técnico las imágenes nuevas, recién salidas a la luz: kilómetros de película llegadas del Norte al Sur de toda Rusia. Hay que decir que los corresponsales no recibían más que una cantidad limitada de película virgen, y que ésta es la razón por la que rodaban las imágenes documentales como si fuera ficción. Por ejemplo, a un albañil real, se le ordenaba que comenzara a hacer su trabajo, colocar los ladrillos, a la voz de “¡Acción!”.

Cada año el estudio difundía un centenar de estos noticiarios de diez minutos sobre la vida en las distintas regiones. A veces se convertían en sobresalientes documentos de la época. Otras, en ejemplos de propaganda ideológica. Era la lucha de contrarios: cine auténtico y cine falsificado, arte y propaganda.

Losev (1989)

Aunque yo seguía soñando todos los días con convertirme en director de fotografía, en 1986 fui admitido para seguir los Cursos Superiores de Guión y Dirección en Moscú. Fue entonces, precisamente, cuando comencé a rodar mi primera película, sobre el gran filósofo ruso Alexis Fiodorovitch Losev (1893-1988).

En realidad, se trataba de uno de los representantes más importantes de la cultura del siglo XX, pero en la URSS, a partir de 1930, cuando fue enviado al Gulag, se habían dejado de publicar sus trabajos filosóficos. Cuando salió de los campos, donde había perdido la visión, sólo obtuvo permiso para publicar libros sobre la antigüedad. Nadie había registrado ni una sola imagen de él para el cine o la televisión, y tampoco existían fotos. Mi intención era simplemente atrapar algunas imágenes que conservaran para la Historia aquellos rasgos que sus compatriotas no habían visto jamás. El día de su 94 cumpleaños Losev se despidió de uno de sus alumnos que había venido a felicitarle. Consciente de que iba a morir pronto y de que quizá no volverían a encontrarse, le habló de una manera turbadora. Aquella escena había durado sólo cinco minutos, pero había cambiado para siempre mi vida profesional. Comprendí que había sido tocado por el dedo de la historia de la cultura rusa, que debía rodar a Losev porque nadie antes que yo lo había hecho, y estaba claro que no habría más posibilidades. Comprendí también que era un trabajo que sobrepasaba mis propias ambiciones como cámara y tomé la decisión de invitar a Guéorgui Rerberg, el director de fotografía de El espejo (Zerkalo; Mirror/ 1973) de Andrei Tarkovski, a que me ayudara a registrar aquellas importantes imágenes. Rodamos a dos cámaras. Cuando se enteró de que tenía permiso de entrar en la casa de Losev, A. Sokurov me ofreció seis latas de 300 metros de película cada una, es decir 60 minutos.

Losev hablaba de Dios, del mal, de por qué Dios permitía que existiese el mal. Hablaba del destino y de la muerte. Predijo que moriría el 24 de mayo. Y así ocurrió.

Rodé también los funerales y regresé al estudio de Leningrado. Mis ambiciones profesionales no tenían en ese momento ninguna importancia y pedí a los mejores realizadores que montaran aquel material precioso e irrepetible. Ninguno aceptó. Me dijeron que si había sido capaz de rodar aquello, seguro que también sabría cómo montarlo. La tarea era difícil: antes de nada probé a montar la película conservando la totalidad del material. Y allí apareció el resultado: una película de sesenta minutos. Me había convertido en director.

El otro día

Un día, en septiembre de 1991, cuando caminaba hacia mi casa, me fijé en que en la acera yacía un hombre muerto. Llamé a la policía y me marché. Una hora después, cuando volví a asomarme a la ventana, el cadáver seguía en el mismo sitio. Llamé otra vez, dos horas después seguía sin aparecer nadie.

Es necesario aclarar que aquel día yo regresaba del Kremlin donde se acababa de tomar la decisión de devolver a Leningrado su nombre anterior: San Petersburgo. ¿Por qué se había decidido recuperar el antiguo nombre en ese preciso momento? Porque coincidía con el 50 aniversario del comienzo del Sitio de Leningrado, el 8 de septiembre de 1941. Mi idea del Sitio de Leningrado estaba conformada por las imágenes de los noticiarios en los que se veían los cadáveres de gente muerta de hambre y frío en las calles y que nadie recogía.

Me acerqué al estudio para pedir que me dejaran una cámara, pero en ese momento no había ninguna cámara libre y tampoco quedaba película. La suerte hizo que me encontrara con Vladimir Morozov, un operador que en la última etapa de Losev me había ayudado a rodar un paisaje urbano. Tenía consigo su propia cámara. Yo, por mi parte, pude conseguir ocho minutos de película en blanco y negro. Fuimos a rodar. En la Unión Soviética la norma decía que el metraje mínimo de una película debía ser de ocho minutos y medio. Así que colé al comienzo una imagen negra de treinta segundos con sonido: una romanza sobre versos de Pushkin que después se convirtió en la base de la trilogía Yo te quise (I loved you. Three romances/ 2000).

Tengo treinta años

A los 25 años todos los ciudadanos de la URSS teníamos que colocar una nueva fotografía en el pasaporte. Aun siendo fotógrafo, yo no tenía ni una sola fotografía de mí mismo. Me acerqué a un taller de fotografía, el fotógrafo me hizo el retrato y me dijo que pasara a recogerlo al día siguiente. Cuando regresé, el fotógrafo estaba en el cuarto oscuro y desde allí me gritó que buscara yo mismo en la mesa. Encontré mi retrato en medio de un montón de fotos: en aquella búsqueda mis ojos se habían llenado de decenas de rostros de gente de mi edad. Claro, todas las personas nacidas en 1961 tenían la obligación de cambiar su foto del pasaporte, y allí estaban. Así fue como decidí buscar a todos los que habían nacido el mismo día que yo. Seguramente para llegar a entender los planes del Creador habría sido necesario conocer a todos los que habían llegado a la tierra el mismo día. Pero me volvió a entrar la pereza y decidí limitar mi búsqueda a una sola ciudad. En todo caso, en aquel tiempo antes de la aparición de Internet, necesité cuatro años para encontrar a toda aquella gente de una única ciudad. Pude certificar que el 19 de julio de 1961 habían nacido en Leningrado cincuenta niños y cincuenta y una niñas.

Para cuando escribí el guión y conseguí el dinero suficiente, yo ya tenía treinta años.

Al final, en el verano de 1991 comencé a rodar la película “Tengo treinta años”. Pero en agosto se produjo el golpe de estado y yo me vi obligado parar. Al año siguiente intenté rodar por segunda vez “Tengo treinta años”. Para ser justos, ya iba para treinta y dos. Era 1992. Una época en la que el dinero perdía su valor en un suspiro. El estudio había recibido la primera partida de fondos y en verano habíamos realizado algunas tomas, pero de repente se hizo evidente que el resto del dinero no llegaría nunca: la inflación había absorbido nuestro presupuesto. Con el resto del dinero depreciado, estaba claro que no sería posible filmar una película de grandes dimensiones con cientos de personajes. Sin embargo, como a finales de año el estudio estaba obligado a presentar un largometraje, decidí filmar una película “rápida”. Fui al campo, a casa de unas personas que siempre me habían parecido interesantes y rodé “Los Bélov” (Belovy; The Belovs/ 1993). De tal suerte que, después de este proyecto, cuando finalmente conseguí el dinero y pude terminar el rodaje de aquella idea inicial, yo ya tenía treinta y cinco años. Éste es el motivo por el que la película tuvo finalmente otro título: “Miércoles, 19-7-1961? (Sreda, 19-7-1961; Wednesday 19-7-1961/ 1997).

Los Bélovs (1993)

No sé cuándo tuve la idea de Los Bélovs (Belovy/The Belovs 1993). Lo primero que me viene a la cabeza son los recuerdos de mi infancia en un pequeño pueblo por el que discurría un río y donde a veces yo pasaba las vacaciones. Me fascinaba la posibilidad de colocar sobre el agua un barquito de papel o una rama del bosque, que pudiera navegar hasta el lago o que continuara su curso a través de un río más grande que el primero, hasta otro lago más grande, y luego a través del inmenso Neva hasta San Petersburgo, enseguida hasta el mar Báltico y después por el océano Atlántico hasta Argentina o la India, dando la vuelta a todo el globo terrestre. Éste es el motivo por el que la película se inicia sobre un río.

Desde el punto de vista estético, quería rodar una película alejada de cualquier género específico. Esto explica que en Los Bélovs el drama se desliza fácilmente hacia la comedia, que luego se transforma en tragedia, hacia la tragicomedia, en definitiva. La dramaturgia en este tipo de cine documental nace de esa transformación de los estados de ánimo y sentimientos del espectador. Es, desde mi punto de vista, más importante incluso que la historia que se desarrolla en la pantalla. El espectador se ve abocado a modificar numerosas veces su relación con los personajes, experimenta una gran variedad de sentimientos diferentes - incluso hasta el punto de querer abandonar la sala. Sin embargo, en el instante siguiente, de nuevo queda atrapado por la profundidad y la paradoja que tiene lugar ante sus ojos, hasta llegar a querer a los protagonistas. Por eso tiendo a creer que si no se quiere a los personajes, no vale la pena rodar una película, porque el resultado será algo plano. Pero, por otro lado, y, por la misma razón, cuando se tiene un gran sentimiento de afecto hacia los personajes es incluso más difícil hacer una obra de arte: también en este caso faltará la variedad.

Personalmente, si entiendo cómo hacer frente a tal asunto o fenómeno, ya no puedo hacer la película. Lo más interesante para mí es comprobar si el amor que tengo hacia los personajes y la incomprensión hacia su forma de enfrentarse a la vida pueden entrelazarse de manera unitaria e indivisible. Es el caso de “Los Bélov”.

En una película de este tipo, lo más difícil es no destruir el entorno de los personajes, por eso llegué al pueblo con gente joven desconocida: un cámara, un sonidista y un ayudante. Con todo, éramos ya demasiados. Durante las dos primeras semanas la mayor parte del tiempo estuvimos recogiendo patatas, arreglando las empalizadas o acompañándoles a por champiñones y bayas salvajes.

Una noche, mientras todos dormían, yo estaba sentado escuchando en el magnetófono el registro de las primeras tomas. Bien temprano Anna se levantó para dar de comer a las vacas, y cuando me vio con mis cascos también ella quiso escuchar. En ese momento me disponía a chequear el primer sonido de todos, la llegada de los hermanos y la conversación de toda la familia en la mesa. Anna se colocó los cascos y enseguida arrancó a sollozar. Como un resorte, paré inmediatamente el magnetófono pero ya era demasiado tarde: decidí marcharme por un tiempo, para que Anna olvidara aquella grabación. Nos fuimos en barco y descendimos corriente abajo hasta la orilla del Báltico.

Un mes más tarde, esta vez sólo con un ayudante, regresé al pueblo. Con este equipo mínimo rodar fue más fácil. Y no tuve prisa en volver a dejar los cascos a Anna para que escuchara la grabación de las conversaciones de toda la familia. Esta imagen fue decisiva en la dramaturgia del film. La película gustó a los Bélov. La han visto muchas veces de corrido. Mijáil me felicitó, aunque me pidió que rebajara un poco sus disquisiciones filosóficas. Anna, por su parte, recibió durante años cartas de espectadores de todo el mundo.

Pero en realidad la primera persona a la que yo enseñé la película fue Pável Kogan.

Pável y Lialia. Romance de Jerusalem (1998)

Pável había abandonado Rusia hacía mucho tiempo buscando una solución médica para su enfermedad. Algunos años más tarde, tomé la decisión de hacerle una visita rápida a Jerusalem. Justo antes de partir, sorpresivamente, Lialia me llamó para pedirme que llevara una cámara conmigo. En el estudio conseguí encontrar nueve latas de 300 metros de película en blanco y negro, 90 minutos. Ningún operador estaba libre, pero mis amigos, el ingeniero de sonido Leonid Lerner y el productor Anatoli Nikiphorov, consiguieron apañárselas para partir ese mismo día conmigo a Israel. Me vi obligado de nuevo a llevar yo mismo la cámara, lo cual me reafirmó en la idea de que la persona más importante en el cine documental es el operador de cámara. Es precisamente aquél que siempre está tras la cámara quien, por su reacción ante las situaciones cambiantes del plano, decide al instante qué debe hacer la cámara para convertir los hechos en imágenes. En el momento de la toma el operador es el primero en casar la ética y la estética. En ninguna otra forma de arte las relaciones entre la ética y la estética son tan estrechas como en el documental. Recuerdo que en un momento, cuando Lialia arrancó a llorar, yo instintivamente retiré la cámara de su rostro. Ese movimiento de cámara se había convertido por sí mismo en un hecho cinematográfico. Antes de la toma es imposible predecir que se va a producir ese gesto. Y menos explicárselo anticipadamente al operador. Y esto se produce porque en realidad hacer imágenes es en sí mismo demasiado sencillo.

En unos cinco días teníamos ya una película de 90 minutos. Pero casi todo el material fue destruido en el laboratorio. Sólo se pudieron salvar 30 minutos. La película tuvo éxito; pero para mí, no es una película acabada.

Sacha y Katia (2000)

Yo me enamoré en el parvulario. Todos los viernes por la tarde, cuando regresábamos a casa, sufría porque no la volvería a ver durante dos días enteros. Hasta que un lunes horrible, ella no regresó. La habían cambiado de centro. Sentí que mi vida se detenía… Treinta y cinco años después, decidí hacer una película. Pero después de recorrer las más de doscientas escuelas infantiles de San Petersburgo, no encontré una sola historia equivalente. Todos los educadores me decían. “En los últimos tiempos es como si hubiéramos cambiado a los niños. No hace seis o siete años en cada grupo encontrábamos amores y parejitas. Pero ya no”. Y sin embargo, finalmente, tras cuatro meses de búsqueda, un día yo mismo escuché: “Mamá, mañana nos vamos a casar”.Rodé esta historia en dos días.

A veces pienso que a la edad de cinco años casi todo está ya presente. Incluso el triángulo amoroso.

Tres parejas. Tres historias. En los tres géneros: de la tragedia a la comedia.

¡Silencio! (2002)

¡Silencio! (Tische!/ 2002) nació por azar. Me encontraba en fase de preparación de otro proyecto en Alemania y estuve un año entero esperando los fondos necesarios para hacerlo. Cada dos meses volvía a mi casa en San Petersburgo para descansar tres o cuatro días. Comencé a filmar a través de la ventana de mi habitación sin la intención de hacer una película. Rodaba porque sí. Porque me producía placer. Repetí estas vueltas a casa unas seis veces en todo el año. Y cada vez que lo hacía tenía la oportunidad de filmar algo bello o extraño. Un año más tarde, seguía sin recibir el dinero necesario para realizar la película en Alemania, pero tenía ya diez horas de material rodado a través de mi ventana. Y al final he acabado haciendo una película desde mi propia ventana.”

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Este texto apareció por pimera vez publicado en Images documentaires (núm.50/51, primer semestre 2004). Su versión en castellano se encuentra en el libro catálgo Ver sin Vertov, coordinado por Carlos Muguiro y editado por La Casa Encendida de Madrid.

Ser es ser poeta




El poema no escrito”: “¿Qué es un poema aún no escrito/ aunque verdadero y emancipado/ de aquello que podría no parecer nunca/ de las riquezas florales del canto silencioso/ de las horas doradas de una primavera en vela?”. Robert Graves



Todos los santos la vilipendian, y todos los hombres sobrios que se rigen por el justo medio del dios Apolo,
despreciando a los cuales navegué para buscarla
en lejanas regiones, donde era más probable hallar a aquélla
a la que deseaba conocer más que todas las cosas,
la hermana del espejismo y del eco.

La Diosa Blaca Robert Graves

Rahm Emanuel

"Obama, Emanuel y todos los brillantes políticos y economistas que han reunido, no bastarían para resolver los problemas crecientes de la sociedad capitalista norteamericana..."

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¡Qué apellido tan extraño! Parece español, fácil de pronunciar y no lo es. Nunca en mi vida conocí o leí el nombre de alumno o compatriota entre decenas de miles, que llevara ese nombre.

¿De dónde proviene?, pensé. A mi mente acudía una y otra vez el del más brillante pensador alemán, Inmanuel Kant que junto con Aristóteles y Platón constituían el trío de filósofos que más han influido en el pensamiento humano. No estaba sin duda muy lejos, según supe después, de la filosofía del hombre más cercano al actual presidente de Estados Unidos Barack Obama.

Otra posibilidad reciente me llevaba a reflexionar sobre el extraño apelativo, el libro de Germán Sánchez, el Embajador cubano en la Venezuela bolivariana: “La transparencia de Enmanuel”, esta vez sin la I con que se inicia el nombre del filósofo alemán.

Enmanuel es el nombre del niño engendrado y nacido en la tupida selva guerrillera donde cayó prisionera el 23 de febrero de 2002 su dignísima madre Clara Rojas González, candidata a la vicepresidencia de Colombia, junto a Ingrid Betancourt que aspiraba a la presidencia de ese hermano país en las elecciones que tendrían lugar ese mismo año.

Yo había leído con mucho interés el citado libro de Germán Sánchez, nuestro Embajador en la República Bolivariana de Venezuela, que tuvo el privilegio de participar el año 2008 en la liberación de Clara Rojas y Consuelo González, ex diputada de la Asamblea Nacional, por las F.A.R.C., ejército revolucionario de Colombia, que las hizo prisioneras.

Clara había quedado en manos de la guerrilla por solidaridad con Ingrid y la acompañó en su duro cautiverio durante seis años.

El libro de Germán lleva el título de “La transparencia de Enmanuel”, casi exactamente el nombre del filósofo alemán. No me extrañó; pensando que la madre era abogada brillante y muy culta, tal vez por ello había puesto ese nombre al niño. Simplemente me llevó a recordar mis años de prisión con aislamiento a que me condujo el intento casi exitoso de tomar la segunda fortaleza militar de Cuba, el 26 de julio de 1953 y ocupar miles de armas con un grupo escogido de 120 combatientes dispuestos a luchar contra la tiranía de Batista impuesta por Estados Unidosa Cuba.

No era desde luego el único objetivo ni la única idea inspiradora, pero lo cierto es que al triunfo de la revolución en nuestra patria el Primero de Enero de 1959 recordaba todavía algunos aforismos del filósofo alemán:

“El sabio puede cambiar de opinión. El necio nunca.”

“No trates a los demás como un medio para alcanzar tus objetivos.”

“Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre.”

Esta gran idea fue uno de los principios proclamados desde los primeros días del triunfo revolucionario, el Primero de Enero de 1959. Obama y su asesor no habían nacido ni habían sido siquiera concebidos. Rahm Emanuel nació en Chicago el 29 de noviembre de 1959, hijo de inmigrante de origen ruso. La madre era una defensora de los derechos civiles, se llama Martha Smulevitz, enviada tres veces a prisión por sus actividades.

Rahm Emanuel se alistó el año 1991 en el Ejército israelí como voluntario civil, durante la primera Guerra del Golfo desatada por Bush padre, con empleo de proyectiles que contenían uranio los cuales fueron causa de enfermedades graves en los propios soldados norteamericanos que participaron en la ofensiva contra la Guardia Republicana iraquí en retirada y en incalculable número de civiles.

Desde aquella guerra los pueblos del Oriente Próximo y Medio consumen cifras fabulosas de armamentos que el complejo militar industrial de Estados Unidos lanza al mercado.

Si los racistas de extrema derecha lograran satisfacer su sed de superioridad étnica y asesinaran a Obama como hicieron con Martin Luther King, gran líder de los derechos humanos, aunque teóricamente posible no parece probable en la actualidad, dada la protección que acompaña al Presidente después de su elección, cada minuto del día y de la noche.

Obama, Emanuel y todos los brillantes políticos y economistas que han reunido, no bastarían para resolver los problemas crecientes de la sociedad capitalista norteamericana.

Aunque Kant, Platón y Aristóteles resucitaran a la vez unidos al fallecido y brillante economista John Kenneth Galbraight, no serían capaces tampoco de resolver las contradicciones antagónicas, cada vez más frecuentes y profundas del sistema. Habrían sido felices en los tiempos de Abraham Lincoln, tan admirado, con razón, por el nuevo Presidente, una época que ha quedado muy atrás.

Todos los demás pueblos tendrán que pagar el colosal despilfarro y garantizar, primero que nada en el planeta, cada vez más contaminado, los puestos de trabajo norteamericanos y las ganancias de las grandes transnacionales de ese país.

Fidel Castro Ruz (publicado en Kaos en la red)

Púrpura

Hay algo y hay la nada que vienen de lejos y de aquí.
Púrpura la sombra de las estatuas, un olvido, un principio entre los labios,
Al que mora en el bosque no le importa la arena que declina,
fuera está de los instantes y las sombras.
Anémonas lloran la muerte de Adonis,
la pequeña mano de una judía sostiene membrillos maduros,
para parir seguidores de un dios.
Pero a ti que naciste te desampara esa cosa, el tiempo.
En el solsticio de verano nacerán niños afortunados,
antiguas coronas se dibujan sobre sus frentes.
Alguien caminará por Biblos o Síbaris sosteniendo un obsequio,
o caminará en Atenas y en Pompeya,
llevando un espejo de biseles púrpuras,
desde allí surgirán tus pasos, al sur, en Buenos Aires, al ocaso.
Esa continuidad de puntos que contarás detrás del miedo y que no contarás,
como quién sostiene un enigma.
Las frágiles vestales de Roma,
en círculo, con sus vestidos de lino blanco,
ostentan las cofias púrpura
y miran de reojo sus reflejos sobre el mármol.
Efímero, dirigirse hacia donde
Augusto con su capa de orlas, no envidiará el rostro bermejo de Marte,
un tirano menor con su mano ahuecada por el oro,
confiere su reino por el color de los poetas.
Púrpuras habitaciones habrá en Bizancio,
para creencias, destinos y coronas,
una biblioteca hecha de presagios se hundirá en los recovecos del fuego,
Un espacio de la mente como la lluvia
el árbol del aliso de los galos,
el cedro de griegos,
escarlata esa cruz que cuelga de los aires,
el mismo asombro sobre los ojos,
el teorema de la belleza es púrpura.
Al anochecer, se extiende la pampa como un poncho quieto.
Y tus pasos.

Gaza


ORGANIZACIONES DE DERECHOS HUMANOS Y LA IZQUIERDA REALIZARON CIENTOS DE ACTOS CONTRA LA OPERACION EN GAZA


El Israel de las manifestaciones por la paz

Unos veinte grupos pacifistas, entre ellos Coalición de Mujeres por la Paz, Anarquistas contra el Muro y el Centro de Información Alternativa, son parte de una resistencia

Por Herman Schiller


Hace pocos días se había anunciado que iba a hablar en la Universidad de Tel Aviv el ministro de Defensa de Israel, Ehud Barak, artífice de la masacre de Gaza. Rápidamente los estudiantes se movilizaron llenando las paredes de esa casa de estudios con pintadas que decían “Barak rotzeaj” (Barak asesino). Y el ministro, “por precaución”, ante la evidencia de que podrían producirse confrontaciones, decidió suspender la conferencia.
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Aniceto


anICETO
Una genialidad de película, la estética, la narración,la austeridad de las palabras, cada toma un cuadro pintado por el ojo de Favio.



Nosthalgia

Robert Bresson