La pequeña Biblia de la crisis (pagina 12)

Fidel Castro presentó de puño y letra un texto sobre la crisis mundial que recibió del politólogo argentino Atilio Boron, a quien también recibió. Boron participó del evento sobre Globalización y Desarrollo que tuvo lugar en Cuba.

Por Fidel Castro

Finalizado el evento sobre Globalización y Desarrollo con la presencia de más de 1500 economistas, destacadas personalidades científicas y representantes de organismos internacionales reunidos en La Habana, recibí una carta y un documento de Atilio Boron, doctor en Ciencias Políticas, profesor titular de Teoría Política y Social, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), aparte de otras importantes responsabilidades científicas y políticas.

Atilio, firme y leal amigo, había participado el jueves 6 en el programa de la Mesa Redonda de la Televisión Cubana, junto a otras eminencias internacionales que asistieron a la Conferencia sobre Globalización y Desarrollo.

Supe que se marcharía el domingo y decidí invitarlo a un encuentro a las 5 de la tarde del día anterior, sábado 7 de marzo. Había decidido escribir una reflexión sobre las ideas contenidas en su documento. Utilizaré en la síntesis sus propias palabras:

“Nos hallamos ante una crisis general capitalista, la primera de una magnitud comparable a la que estallara en 1929 y a la llamada ‘Larga Depresión’ de 1873-1896. Una crisis integral, civilizacional, multidimensional, cuya duración, profundidad y alcances geográficos seguramente habrán de ser de mayor envergadura que las que le precedieron.

Se trata de una crisis que trasciende con creces lo financiero o bancario y afecta a la economía real en todos sus departamentos. Afecta a la economía global y que va mucho más allá de las fronteras estadounidenses.

Sus causas estructurales: es una crisis de superproducción y a la vez de subconsumo. No por casualidad estalló en EE.UU., porque este país hace más de treinta años que vive artificialmente del ahorro externo, del crédito externo, y estas dos cosas no son infinitas: las empresas se endeudaron por encima de sus posibilidades; el Estado se endeudó también por encima de sus posibilidades para hacer frente no a una sino a dos guerras no sólo sin aumentar los impuestos sino que reduciéndolos, los ciudadanos son sistemáticamente impulsados, por vía de la publicidad comercial, a endeudarse para sostener un consumismo desorbitado, irracional y despilfarrador.

Pero a estas causas estructurales hay que agregar otras: la acelerada financiarización de la economía, la irresistible tendencia hacia la incursión en operaciones especulativas cada vez más arriesgadas. Descubierta la ‘fuente de juvencia’ del capital gracias a la cual el dinero genera más dinero prescindiendo de la valorización que le aporta la explotación de la fuerza de trabajo y, teniendo en cuenta que enormes masas de capital ficticio se pueden lograr en cuestión de días, o semanas a lo máximo, la adicción del capital lo lleva a dejar de lado cualquier cálculo o cualquier escrúpulo.

Otras circunstancias favorecieron el estallido de la crisis. Las políticas neoliberales de desregulación y liberalización hicieron posible que los actores más poderosos que pululan en los mercados impusieran la ley de la selva.

Una enorme destrucción de capitales a escala mundial, caracterizándolo como una ‘destrucción creadora’. En Wall Street esta ‘destrucción creadora’ hizo que la desvalorización de las empresas que cotizan en esa Bolsa llega casi al 50 por ciento; una empresa que antes cotizaba en Bolsa un capital de 100 millones, ¡ahora tiene 50 millones!. Caída de la producción, de los precios, de los salarios, del poder de compra. ‘El sistema financiero en su totalidad está a punto de estallar. Ya tenemos más de U$S 500.000 millones en pérdidas bancarias, hay un billón más que está por llegar. Más de una docena de bancos están en bancarrota, y hay cientos más esperando correr la misma suerte. A estas alturas más de un billón de dólares han sido transferidos desde la FED al cartel bancario, pero un billón y medio más será necesario para mantener la liquidez de los bancos en los próximos años.’ Lo que estamos viviendo es la fase inicial de una larga depresión, y la palabra recesión, tan utilizada recientemente, no captura en todo su dramatismo lo que el futuro depara para el capitalismo.

La acción ordinaria de Citicorp perdió el 90 por ciento de su valor en 2008. ¡La última semana de febrero cotizaba en Wall Street a U$S 1,95 por acción!

Este proceso no es neutro pues favorecerá a los mayores y mejor organizados oligopolios, que desplazarán a sus rivales de los mercados. La ‘selección darwiniana de los más aptos’ despejará el camino para nuevas fusiones y alianzas empresariales, enviando a los más débiles a la quiebra.

Acelerado aumento del desempleo. El número de desempleados en el mundo (unos 190 millones en 2008) podría incrementarse en 51 millones más a lo largo de 2009. Los trabajadores pobres (que ganan apenas dos euros diarios) serán 1400 millones, o sea el 45 por ciento de la población económicamente activa del planeta. En Estados Unidos la recesión ya destruyó 3,6 millones de puestos de trabajo. La mitad durante los últimos tres meses. En la UE, el número de desempleados es de 17,5 millones, 1,6 millón más que hace un año. Para 2009 se prevé la pérdida de 3,5 millones de empleos. Varios Estados centroamericanos así como México y Perú, por sus estrechos lazos con la economía estadounidense, serán fuertemente golpeados por la crisis.

Una crisis que afecta a todos los sectores de la economía: la banca, la industria, los seguros, la construcción, etcétera, y se disemina por todo el conjunto del sistema capitalista internacional.

Decisiones que se toman en los centros mundiales y que afectan a las subsidiarias de la periferia generando despidos masivos, interrupciones en las cadenas de pagos, caída en la demanda de insumos, etcétera. EE.UU. ha decidido apoyar a las Big Three (Chrysler, Ford, General Motors) de Detroit, pero sólo para que salven sus plantas en el país. Francia y Suecia han anunciado que condicionarán las ayudas a sus industrias automotoras: sólo podrán beneficiarse los centros ubicados en sus respectivos países. La ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, declaró que el proteccionismo podía ser ‘un mal necesario en tiempos de crisis’. El ministro español de Industria, Miguel Sebastián, insta a ‘consumir productos españoles’. Barack Obama, agregamos nosotros, promueve el ‘buy American!’.

Otras fuentes de propagación de la crisis en la periferia son la caída en los precios de las commodities que exportan los países latinoamericanos y caribeños, con sus secuelas recesivas y el aumento de la desocupación.

Drástica disminución de las remesas de los emigrantes latinoamericanos y caribeños a los países desarrollados. (En algunos casos las remesas son el más importante ítem en el ingreso internacional de divisas, por encima de las exportaciones.)

Retorno de los emigrantes, deprimiendo aún más el mercado de trabajo.

Se conjuga con una profunda crisis energética que exige reemplazar al actual, basado en el uso irracional y predatorio del combustible fósil.

Esta crisis coincide con la creciente toma de conciencia de los catastróficos alcances del cambio climático.

Agréguese la crisis alimentaria, agudizada por la pretensión del capitalismo de mantener un irracional patrón de consumo que ha llevado a reconvertir tierras aptas para la producción de alimentos para ser destinadas a la elaboración de agrocombustibles.

Obama reconoció que no hemos tocado fondo todavía, y Michael Klare escribió en días pasados que ‘si el actual desastre económico se convierte en lo que el presidente Obama ha denominado década perdida, el resultado podría consistir en un paisaje global lleno de convulsiones motivadas por la economía’.

En 1929 la desocupación en EE.UU. llegó al 25 por ciento, al paso que caían los precios agrícolas y de las materias primas. Diez años después, y pese a las radicales políticas puestas en marcha por Franklin D. Roosevelt (el New Deal), la desocupación seguía siendo muy elevada (17 por ciento) y la economía no lograba salir de la depresión. Sólo la Segunda Guerra Mundial puso fin a esa etapa. ¿Y ahora por qué habría de ser más breve? Si la depresión de 1873-1896, como expliqué, duró ¡23 años!

Dados estos antecedentes, ¿por qué ahora saldríamos de la actual crisis en cuestión de meses, como vaticinan algunos publicistas y ‘gurúes’ de Wall Street.

No se saldrá de esta crisis con un par de reuniones del G-20 o del G-7. Si una prueba hay de su radical incapacidad para resolver la crisis es la respuesta de las principales bolsas de valores del mundo luego de cada anuncio o cada sanción de una ley aprobatoria de un nuevo rescate: invariablemente la respuesta de ‘los mercados’ es negativa.

Ya no está la URSS, cuya sola presencia y la amenaza de la extensión hacia Occidente de su ejemplo inclinaba la balanza de la negociación a favor de la izquierda, sectores populares, sindicatos, etcétera.

En la actualidad, China ocupa un papel incomparablemente más importante en la economía mundial, pero sin alcanzar una importancia paralela en la política mundial. La URSS, en cambio, pese a su debilidad económica, era una formidable potencia militar y política. China es una potencia económica, pero con escasa presencia militar y política en los asuntos mundiales, si bien está comenzando un muy cauteloso y paulatino proceso de reafirmación en la política mundial.

China puede llegar a jugar un papel positivo para la estrategia de recomposición de los países de la periferia. Beijing está gradualmente reorientando sus enormes energías nacionales hacia el mercado interno. Por múltiples razones que serían imposibles discutir aquí es un país que necesita que su economía crezca al 8 por ciento anual, sea como respuesta a los estímulos de los mercados mundiales o a los que se originen en su inmenso –sólo parcialmente explotado– mercado interno. De confirmarse ese viraje es posible predecir que China seguirá necesitando muchos productos originarios de los países del Tercer Mundo, como petróleo, níquel, cobre, aluminio, acero, soja y otras materias primas y alimentos.

En la Gran Depresión de los años 30, en cambio, la URSS tenía una muy débil inserción en los mercados mundiales. China es distinto: podrá seguir jugando un papel muy importante y, al igual que Rusia e India (aunque éstas en menor medida), comprar en el exterior las materias primas y alimentos que necesite, a diferencia de lo que ocurría con la URSS en los tiempos de la Gran Depresión.

En los 30 la ‘solución’ de la crisis se encontró en el proteccionismo y la Guerra Mundial. Hoy, el proteccionismo encontrará muchos obstáculos debido a la interpenetración de los grandes oligopolios nacionales en los distintos espacios del capitalismo mundial. La conformación de una burguesía mundial, arraigada en gigantescas empresas que, pese a su base nacional, operan en un sinnúmero de países, hace que la opción proteccionista en el mundo desarrollado sea de escasa efectividad en el comercio Norte/Norte y las políticas tenderán –al menos por ahora y no sin tensiones– a respetar los parámetros establecidos por la OMC. La carta proteccionista aparece como mucho más probable cuando se la aplique, como seguramente se hará, en contra del Sur global. Una guerra mundial motorizada por ‘burguesías nacionales’ del mundo desarrollado dispuestas a luchar entre sí por la supremacía en los mercados es prácticamente imposible, porque tales ‘burguesías’ han sido desplazadas por el ascenso y consolidación de una burguesía imperial que periódicamente se reúne en Davos y para la cual la opción de un enfrentamiento militar constituye un fenomenal despropósito. No quiere decir que esa burguesía mundial no apoye, como lo ha hecho hasta ahora con las aventuras militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán, la realización de numerosas operaciones militares en la periferia del sistema, necesarias para la preservación de la rentabilidad del complejo militar-industrial norteamericano e, indirectamente, para los grandes oligopolios de los demás países.

La situación actual no es igual a la de los años treinta. Lenin ‘el capitalismo no se cae si no hay una fuerza social que lo haga caer’. Esa fuerza social hoy no está presente en las sociedades del capitalismo metropolitano, incluido Estados Unidos.

EE.UU., Gran Bretaña, Alemania, Francia y Japón dirimían en el terreno militar su pugna por la hegemonía imperial.

Hoy, la hegemonía y la dominación están claramente en manos de EE.UU. Es el único garante del sistema capitalista a escala mundial. Si EE.UU. cayera se produciría un efecto dominó que provocaría el derrumbe de casi todos los capitalismos metropolitanos, sin mencionar las consecuencias en la periferia del sistema. En caso de que Washington se vea amenazado por una insurgencia popular todos acudirán a socorrerlo, porque es el sostén último del sistema y el único que, en caso de necesidad, puede socorrer a los demás.

EE.UU. es un actor irreemplazable y centro indiscutido del sistema imperialista mundial: sólo él dispone de más de 700 misiones y bases militares en unos 120 países que constituyen la reserva final del sistema. Si las demás opciones fracasan, la fuerza aparecerá en todo su esplendor. Sólo EE.UU. puede desplegar sus tropas y su arsenal de guerra para mantener el orden a escala planetaria. Es, como dijera Samuel Huntington, ‘el sheriff solitario’.

Este ‘apuntalamiento’ del centro imperialista cuenta con la invalorable colaboración de los demás socios imperiales, o con sus competidores en el área económica e inclusive con la mayoría de los países del Tercer Mundo, que acumulan sus reservas en dólares estadounidenses. Ni China, Japón, Corea o Rusia, para hablar de los mayores tenedores de dólares del planeta, pueden liquidar su stock en esa moneda porque sería una movida suicida. Claro está, que ésta también es una consideración que debe ser tomada con mucha cautela.

Estamos en presencia de una crisis que es mucho más que una crisis económica o financiera.

Se trata de una crisis integral de un modelo civilizatorio que es insostenible económicamente; políticamente, sin apelar cada vez más a la violencia en contra de los pueblos; insustentable también ecológicamente, dada la destrucción, en algunos casos irreversible, del medio ambiente; e insostenible socialmente, porque degrada la condición humana hasta límites inimaginables y destruye la trama misma de la vida social.

La respuesta a esta crisis, por lo tanto, no puede ser sólo económica o financiera. Las clases dominantes harán exactamente eso: utilizar un vasto arsenal de recursos públicos para socializar las pérdidas y reflotar a los grandes oligopolios. Encerrados en la defensa de sus intereses más inmediatos carecen siquiera de la visión para concebir una estrategia más integral”.

Si alguien toma esta síntesis y la lleva en el bolsillo, la lee de vez en cuando o se la aprende de memoria como una pequeña Biblia, estará mejor informado de lo que ocurre en el mundo que el 99 por ciento de la población, donde el ciudadano vive asediado por cientos de anuncios publicitarios y saturado con miles de horas de noticias, novelas y películas de ficción reales o falsas.

* Publicado en Granma. El documento completo de Boron puede leerse en www.atilioboron.com

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